¡Felicidades! Muy acertado tu artículo en las puntualizaciones realizadas sobre los miedos que "Ocupan, preocupan y desubican" a nuestra sociedad. Además, sería interesante investigar sobre esa morbosidad esperpéntica, que asoma sobre los contenidos, rituales y modos de celebrar ese culto a la muerte, una contradicción e incoherencia propia de la vacuidad actual, se huye de la cronología propia, ni si quiera se usan los términos apropiados como: vejez, morir, muerte, sino que usamos eufemismos para disfrazar la realidad, tales como terecera edad, se fue, nos ha dejado... y yo me pregunto... ¿Por qué nos dejó?. Debió cansarse de tanta estupidez. En fin, todo aquello que nos aleja de la aceptación madura y natural que el sentido común de antaño, nos hacía afrontar sin perder la sensatez, pero mucho me temo, que esa herramienta útil entre los mortales, sentido común, haya caído en desuso o haya pasado a ser una excentricidad. Las culturas milenarias, al menos, tuvieron la feliz idea de hacer honores a sus mayores, de llamar a las cosas propias del devenir diario por su santo nombre, pero ahora, la majadería insurrecta e ilustrada y la necedad mental elevada a la enésima potencia, ha causado estragos. La mediocridad, lo efímero, lo fetichista y lo carnavalesco campean a sus anchas. Lo dicho Santi, gracias por describir con precisión las diferencias. Saludos muy cordiales. Victoria
Os dejo la reflexión de un compañero, Santiago Vela, sobre Halloween
La fiesta de Halloween
Halloween. Otro año más. La calabaza horadada con una luz misteriosa ya nos es demasiado familiar. Una celebración pagana, de origen celta (es decir, europeo), de vuelta al viejo continente por el efecto macdonalizador de la gran potencia cultural actual (es decir, estadounidense), llena tiempos y espacios. Desde las escuelas hasta las fiestas populares, desde las costumbres de los hogares hasta las programaciones de las administraciones públicas, este evento extraño a nuestra cultura, y con claras raíces ocultistas, se va implantando sin respuesta crítica alguna, prácticamente. Mientras en otras latitudes los cuerpos policiales extreman la precaución ante el incremento en torno a esta fecha de secuestros de niños y otros sucesos protagonizados por sectas satánicas y grupos similares, aquí asistimos a la alegre adquisición de una fiesta más.
Es preocupante observar cómo se asocia esta fiesta, además, a las dos celebraciones cristianas que ocupan estos días y que aún tienen un amplio efecto social, más o menos secularizado: la solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos. Si ya hay confusión entre las dos memorias litúrgicas, puesto que la consideración civil no laborable del primer día hace que la visita a los cementerios y el recuerdo de los seres queridos fallecidos superponga el día 2 de noviembre a la jornada anterior, resulta que ahora se suma el Halloween por esta coincidencia de fechas.
Las celebraciones contiguas de los Santos y los Difuntos ofrecían (y siguen ofreciendo, por supuesto) una ocasión para recordar el sentido que la fe cristiana da a la vida y a la muerte, y cómo hay que prestar atención a “las cosas últimas”, con una perspectiva preñada de esperanza, porque la meta final del hombre es la vida con Dios, anticipada ya en la resurrección de Cristo y en la bienaventuranza de una multitud incontable de santos. Son dos fiestas de luz, aunque la segunda traiga consigo un inevitable poso de nostalgia por los que ya no se encuentran con nosotros. Por el contrario, la fiesta de Halloween asocia la muerte a algo oscuro, invoca la presencia de seres ocultos y brujas, y en el caso de trivializar todo esto, al convertirse en un acontecimiento infantil (es decir, comercial, no lo olvidemos) lleno de disfraces y caramelos, trivializa también el acontecimiento inevitable y profundamente humano de la muerte.
Me permito hacer esta cita, muy significativa: “la sociedad no se reconoce mortal, ni reconoce la presencia de la muerte en nuestras vidas, lo que genera severos problemas. El extrañamiento de la muerte supone cerrar la muerte a la realidad vital, al envejecimiento e implica una falta de aceptación de las edades del hombre. Vivimos bajo la ficción de la eterna juventud, del bisturí y del ‘complejo de Peter Pan’, que hace que el adulto sea incapaz de asumir responsabilidades”. No, no es de Benedicto XVI, ni de ningún obispo. Es de un antropólogo burgalés, Ignacio Fernández de Mata, al pasar por mi ciudad de Zamora a presentar la realidad etnográfica de los ritos funerarios en estas tierras. La consideración ocultista acaba con este planteamiento, y sume al hombre en una existencia sin un sentido concreto que esté basado en una esperanza cierta y en una meta definida.
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La fiesta de Halloween
Halloween. Otro año más. La calabaza horadada con una luz misteriosa ya nos es demasiado familiar. Una celebración pagana, de origen celta (es decir, europeo), de vuelta al viejo continente por el efecto macdonalizador de la gran potencia cultural actual (es decir, estadounidense), llena tiempos y espacios. Desde las escuelas hasta las fiestas populares, desde las costumbres de los hogares hasta las programaciones de las administraciones públicas, este evento extraño a nuestra cultura, y con claras raíces ocultistas, se va implantando sin respuesta crítica alguna, prácticamente. Mientras en otras latitudes los cuerpos policiales extreman la precaución ante el incremento en torno a esta fecha de secuestros de niños y otros sucesos protagonizados por sectas satánicas y grupos similares, aquí asistimos a la alegre adquisición de una fiesta más.
Es preocupante observar cómo se asocia esta fiesta, además, a las dos celebraciones cristianas que ocupan estos días y que aún tienen un amplio efecto social, más o menos secularizado: la solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos. Si ya hay confusión entre las dos memorias litúrgicas, puesto que la consideración civil no laborable del primer día hace que la visita a los cementerios y el recuerdo de los seres queridos fallecidos superponga el día 2 de noviembre a la jornada anterior, resulta que ahora se suma el Halloween por esta coincidencia de fechas.
Las celebraciones contiguas de los Santos y los Difuntos ofrecían (y siguen ofreciendo, por supuesto) una ocasión para recordar el sentido que la fe cristiana da a la vida y a la muerte, y cómo hay que prestar atención a “las cosas últimas”, con una perspectiva preñada de esperanza, porque la meta final del hombre es la vida con Dios, anticipada ya en la resurrección de Cristo y en la bienaventuranza de una multitud incontable de santos. Son dos fiestas de luz, aunque la segunda traiga consigo un inevitable poso de nostalgia por los que ya no se encuentran con nosotros. Por el contrario, la fiesta de Halloween asocia la muerte a algo oscuro, invoca la presencia de seres ocultos y brujas, y en el caso de trivializar todo esto, al convertirse en un acontecimiento infantil (es decir, comercial, no lo olvidemos) lleno de disfraces y caramelos, trivializa también el acontecimiento inevitable y profundamente humano de la muerte.
Me permito hacer esta cita, muy significativa: “la sociedad no se reconoce mortal, ni reconoce la presencia de la muerte en nuestras vidas, lo que genera severos problemas. El extrañamiento de la muerte supone cerrar la muerte a la realidad vital, al envejecimiento e implica una falta de aceptación de las edades del hombre. Vivimos bajo la ficción de la eterna juventud, del bisturí y del ‘complejo de Peter Pan’, que hace que el adulto sea incapaz de asumir responsabilidades”. No, no es de Benedicto XVI, ni de ningún obispo. Es de un antropólogo burgalés, Ignacio Fernández de Mata, al pasar por mi ciudad de Zamora a presentar la realidad etnográfica de los ritos funerarios en estas tierras. La consideración ocultista acaba con este planteamiento, y sume al hombre en una existencia sin un sentido concreto que esté basado en una esperanza cierta y en una meta definida.
Santiago Vela
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