* "¿Por qué tomé la decisión de hacerme sacerdote? Ante todo, la propuesta viene siempre de Dios, la iniciativa es totalmente suya. Él me hizo admirar a los sacerdotes católicos que fui conociendo, entre otras cosas porque los veía siempre felices. Además, me sentía muy a gusto en la iglesia con toda la gente que tenía a mi lado. Me atraía la lucha de los católicos por vivir honestamente. Empecé a considerar la posibilidad de ofrecer mi vida como un don para los demás"
* "Echando la vista atrás creo que en las Jornadas Mundiales de la Juventud lo que se experimenta es, sobre todo, el poder de Dios"
25 de febrero de 2010.- Kurata Atsushi, de 31 años, fue ordenado sacerdote el 7 de marzo de 2010 en la catedral de Santa María, que se encuentra en Sekiguchi, en el barrio de Bunkyo en Tokio. Recibió las órdenes sagradas del arzobispo de la ciudad, Peter Takeo Okada. Esta sería una ordenación sacerdotal más sino fuera porque Kurata creció en una familia budista y como en su casa nadie creía en Dios, no sintió jamás necesidad de Él. Más bien fue educado para vivir conmigo mismo y bandearse sólo en la vida.
Al iniciar la carrera de Ingeniería Medioambiental, Kurata tuvo un compañero que pronto le llamó la atención porque se notaba que llevaba una vida muy honesta. Era católico y enseguida se encontró muy a gusto con él. Llegó a ser como un hermano para Kurata. Comenzó a acompañar a su amigo a la iglesia y se bautizó durante la Pascua de 1999. Pocos meses después le invitaron a participar en la JMJ que se celebraría en Roma en el año 2000, Año Jubilar, con Juan Pablo II. Durante aquellos días se encontré con la Biblia, con la Palabra de Dios. La experiencia fue tan poderosa que en el año 2005 Kurata volvió a la JMJ de Colonia como seminarista.
Ofrecemos el testimonio de Kurata Atsushi sacado del cuarto capítulo, páginas 41 a 45, del libro "Generación JMJ: 25 años de la JMJ – 25 historias personales", recién editado por Cobel, cuya autora es Cristina Larraondo Erice, en el cual se recogen 25 testimonios que revelan la existencia de una auténtica revolución en el seno de la Iglesia.
(Kurata Atsushi / Cobel Ediciones) Me llamo Kurata. Nací el 25 de diciembre de 1978 en Chiba (Japón), una prefectura situada en el área del gran Tokio con vistas a la bahía de la ciudad,que alberga a casi un millón de personas. Chiba es famosa por el monorraíl suspendido más largo del mundo, y nuestros símbolos más destacados son el árbol Keyaki y la flor Nelumbo Nucífera. Mi familia es budista, religión que llegó a mi país en el siglo VI. Mis padres se divorciaron cuando yo era pequeño, y siempre he tenido la sensación de que fui abandonado por mi progenitor. En otras palabras, desde mi más tierna infancia he tenido serias dudas acerca del amor. A pesar de todo fui un muchacho excelente y saqué muy buenas notas en la escuela.
Como en mi casa nadie creía en Dios, yo no sentí jamás necesidad de Él. Más bien fui educado para vivir conmigo mismo y bandearme sólo en la vida. Cuando llegó el momento de comenzar la universidad me matriculé en Ingeniería Medioambiental. Por entonces pensaba que encontraría la felicidad si conseguía obtener los mejores resultados académicos porque, además, eso me permitiría tener una rica vida social. Sin embargo, no sé muy bien por qué razón, algo me decía en mi interior que esto no era totalmente verdadero. ¿Me convertiría en una persona indigna si mis notas no eran buenas? ¿Se rebajaría mi valor como persona si fallaba?
Durante la carrera tuve un compañero que pronto me llamó la atención. Lo que más destacaba de él era que se notaba que llevaba una vida muy honesta. Cuando se reía lo hacía a carcajadas, cuando se enfadaba revelaba que tenía un carácter muy fuerte. Era católico y enseguida me encontré muy a gusto con él. Nos hicimos amigos y llegó a ser como un hermano para mí. Ahora me doy cuenta de que a través de él me empezó a llegar la fuerza de la Iglesia Católica, y también gracias a la admiración que me producían algunos sacerdotes católicos que conocí en los tiempos de estudiante universitario. Comencé a acompañar a mi amigo a la iglesia y me emocionó ver que la gente que allí acudía me trataba tan bien. Mi familia no ponía pegas a mi cambio de vida porque me veían feliz. Me bauticé en mi ciudad durante la Pascua de 1999. Pocos meses después me invitaron a participar en la JMJ que se celebraría en Roma en el año 2000, Año Jubilar, con Juan Pablo II. Durante aquellos días me encontré con la Biblia, con la Palabra de Dios. No recuerdo bien las palabras del Papa, pero se me ha quedado muy grabada en el corazón la impresionante imagen de una multitud de jóvenes acudiendo al lugar donde celebraríamos la Santa Misa con él. Me recordaba a las muchedumbres que acudían a escuchar a Jesús, como se narra en varias ocasiones en el Nuevo Testamento. Aquella no era una asamblea normal, era una auténtica peregrinación en la que notabas la compañía espiritual de miles de personas.
Años después, en 2005, acudí a la JMJ de Colonia con Benedicto XVI, ya como seminarista. Echando la vista atrás creo que en las Jornadas Mundiales de la Juventud lo que se experimenta es, sobre todo, el poder de Dios. ¿Por qué tomé la decisión de hacerme sacerdote? Ante todo, la propuesta viene siempre de Dios, la iniciativa es totalmente suya. Él me hizo admirar a los sacerdotes católicos que fui conociendo, entre otras cosas porque los veía siempre felices. Además, me sentía muy a gusto en la iglesia con toda la gente que tenía a mi lado. Me atraía la lucha de los católicos por vivir honestamente. Empecé a considerar la posibilidad de ofrecer mi vida como un don para los demás.
Me ordené sacerdote el 7 de marzo de 2010 en la catedral de Santa María, que se encuentra en Sekiguchi, en el barrio de Bunkyo en Tokio. Recibí las órdenes sagradas del arzobispo de la ciudad, Peter Takeo Okada. Antes pasé unos años en el seminario de la ciudadestudiando teología y profundizando en la fe católica. Poco antes de mi ordenación sentí verdadero pánico por el paso tan importante que iba a dar. Me parecía que no era digno de merecer el regalo de ser sacerdote católico. Pero cuando llegó el día señalado me envolvió por completo la bendición de Dios y la alegría de las personas que se habían reunido en la catedral. Pensé que era una maravilla vivir para los demás.
Se me consideraba apto para amar a todo el mundo, pero eso sólo era posible porque antes yo me había sentido amado por Dios. Creo en el poder del sacramento del Orden Sacerdotal. Mi padre y mi hermana mayor, que no son creyentes, asistieron a la ceremonia. Me hicieron un gran regalo cuando me dijeron de corazón: “has hecho lo mejor. Además, tienes la suerte de contar con tantísimas personas que te apoyan y estarán siempre junto a ti”. Desde aquel día trabajo en la parroquia de Sekiguchi, unida a la catedral. Como soy un sacerdote joven me dedico a la pastoral con niños y chicos de mi edad. Celebro la Misa y atiendo a mucha gente que viene a la parroquia. Soy muy feliz. |
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