DIRCURSO DE S.TOMÁS DE AQUINO. ORIGEN DIVINO DE LAS CRIATURAS
Discurso sobre la Suma Teológica de Santo Tomas de Aquino
Origen Divino de las criaturas
Autor: Padre Jesús Martí Ballester
"CREO EN DIOS PADRE TODOPODEROSO CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA.
No conoceríamos del todo a Dios, ni siquiera del modo imperfectísimo con que le podemos conocer en la tierra, si después de haberle estudiado en sí mismo, no intentáramos conocerle también en sus operaciones "ad extra", en sus criaturas. Por eso siguiendo el orden que nos hemos trazado en estos textos con la guía de Santo Tomás, dirigiremos una rápida mirada a Dios Creador, y nos apoyaremos con los incisos de Santa Teresa en su meditación contemplativa de la creación, en la de los Padres de la Iglesia, en la de Juan Pablo II, y en la reflexión de nuestra propia minerva. El mundo universo fue creado de la nada por Dios. "Al principio creó Dios el cielo y la tierra" (Gn 1,1).Esta es la profesión de fe del Símbolo Niceno-Constantinopolitano:
"Creemos en un solo Dios, Padre Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles". Juan dice "todas las cosas fueron hechas por El" (Rom 2,36): "De El, y por El y en El son todas las cosas". Ningún ser limitado puede crear en sentido estricto, porque crear es producir el ser "de la nada". Pero para dar el ser a lo que no es, se requiere un poder infinito y omnipotente, porque infinito es el abismo entre la nada y el ser más pequeño. Los seres limitados sólo pueden modificar lo que ya existe.
CREAR ES PRODUCIR DE LA NADA
CREAR es hacer algo en su totalidad, a partir de "nada". El carpintero no hace la totalidad de la silla, sino a partir de algo: la madera. El poeta no hace la totalidad de un poema: lo hace a partir de conceptos y de palabras que ya existían o que ha elaborado desde otras que ya existían. En cambio, Dios hace el universo sin existencia previa de nada, sin ningún elemento anterior: "ex nihilo sui et subiecti". Pero no en el sentido de que Dios utilice la nada como material para formar el universo, porque la nada, es nada, y cuando se juega con la palabra nada como si significara algo, sólo se hace un juego de palabras que no corresponde a nada en la realidad, pues la nada ni siquiera es virtual. Aquí la imaginación nos falla y nos traiciona. "Hacer algo de la nada" es una operación inimaginable. Cuanto más queremos apoyarnos en la imaginación para concebirlo, más confundidos nos encontramos. Porque la nada no se puede representar, ni imaginar. De la nada no puede surgir algo. Sólo la preexistencia del Ser en plenitud, con poder infinito, se puede obrar sin nada previo. Dios no se vale de la nada, sino de su omnipotencia. Dios no depende de nada ni en su ser ni en su obrar. El carpintero depende de sus facultades y de la madera. Sin la madera podría ser un hábil carpintero pero con su habilidad sin la madera, no podría hacer nada. La creación supone un poder infinito, aunque el efecto, la criatura, sea un ser finito. "Crear" quiere decir, pues, hacer de la nada, llamar a los dominios de la nada a la existencia, formar un ser de la nada. El lenguaje bíblico deja entrever este significado en la primera palabra del libro del Génesis: "Al principio creó Dios los cielos y la tierra". El término "creó" traduce el hebreo "bara" -br-, que expresa una acción de extraordinaria potencia, cuyo único sujeto es Dios. Con la reflexión post-exílica se comprende cada vez mejor el alcance de la intervención divina inicial, que en el segundo libro de los Macabeos se presenta como un producir "de la nada" (7,28). Los Padres de la Iglesia y los teólogos esclarecerán el significado de la acción divina, hablando de la creación "de la nada" (creatio ex nihilo; más precisamente: ex nihilo sui et subiecti). En el acto de la creación Dios es principio exclusivo y directo del nuevo ser, con exclusión de cualquier materia preexistente.
LA CREACION EN LA REVELACION
La verdad acerca de la creación es objeto y contenido de la fe cristiana: únicamente está presente de modo explícito en la Revelación. Sólo vagamente se la encuentra en las cosmologías mitológicas fuera de la Biblia, y está ausente de las especulaciones de los filósofos antiguos, incluso de los mayores, como Platón y Aristóteles. La inteligencia humana puede por sí sola llegar a formular la verdad de que el mundo y los seres contingentes, o no necesarios, dependen del Ser Absoluto. Pero la formulación de esta dependencia como "creación" -por lo tanto, basándose en la verdad acerca de la creación- pertenece originariamente a la Revelación divina y en este sentido es una verdad de fe. "Creemos que Dios creó el mundo según su sabiduría. Este no es un producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar. Creemos que procede de la voluntad libre de Dios que ha querido participar a las criaturas su ser, su sabiduría y su bondad: "Porque tú has creado todas las cosas; por tu voluntad lo que no existía fue creado" (Ap 4,11). Y canta el salmista: "¡Cuán numerosas son tus obras, Señor! Todas las has hecho con sabiduría" (Sal 104,24). "Bueno es el Señor para con todos, y sus ternuras sobre todas sus obras" (Sal 145,9). En el "Credo" cristiano la verdad acerca de la creación del mundo y del hombre por obra de Dios ocupa un puesto fundamental por la riqueza de su contenido. No se refiere sólo al origen del mundo como resultado del acto creador de Dios, sino que revela también a Dios como Creador. Dios, que habló por medio de los profetas y últimamente por medio de su Hijo (Heb 1,1), ha hecho conocer a todos los que acogen su Revelación no sólo que El ha creado el mundo, sino sobre todo lo que significa ser Creador. La Sagrada Escritura, en el Antiguo como el Nuevo Testamento, está impregnada de la verdad de la creación y de Dios Creador. El libro del Génesis, comienza con la afirmación de esta verdad; "Al principio creó Dios los cielos y la tierra" (Gen 1,1). Sobre esta verdad retornan numerosos pasajes bíblicos, mostrando cuán profundamente ha penetrado la fe de Israel. Cantan los Salmos: "Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes; El la fundó sobre los mares" (23,1). "Tuyo es el cielo, tuya es la tierra, Tú cimentaste el orbe y cuanto contiene" (88,12). "Suyo es el mar, porque El lo hizo; la tierra firme que modelaron sus manos" (95,5). "Su misericordia llena la tierra. La palabra del Señor hizo el cielo porque El lo dijo y existió, El lo mando y surgió" (32,5). "Benditos seáis del Señor, que hizo el cielo y la tierra" (113,15). La misma verdad profesa el libro de la Sabiduría: "Dios de los padres y Señor de la misericordia, que con tu palabra hiciste todas las cosas" (9,1). Y el Profeta Isaías dice en primera persona la palabra de Dios Creador: "Yo soy el Señor, el que lo ha hecho todo" (44,24). Igual de claros son los testimonios en el Nuevo Testamento. En el Prólogo del Evangelio de Juan leemos: "Al principio era el Verbo. Todas las cosas fueron hechas por El, y sin El nada se hizo de cuanto ha sido hecho" (1,1). La Carta a los Hebreos afirma: "Por la fe conocemos que los mundos han sido dispuestos por la palabra de Dios, de suerte que de lo invisible ha tenido origen lo visible (11,3). En la verdad de la creación se expresa el pensamiento de que todo lo que existe fuera de Dios ha sido llamado a la existencia por El. La madre de los siete hijos, de los que habla el libro de los Macabeos, ante la amenaza de muerte, anima al más pequeño a profesar la fe de Israel, diciéndole: "Mira el cielo y la tierra de la nada lo hizo todo Dios y todo el linaje humano ha venido de igual modo" (2 Mac 7,28). En la Carta a los Romanos leemos: "Abrahán creyó en Dios, que da la vida a los muertos y llama a lo que es lo mismo que a lo que no es" (4,17).
LOS SIMBOLOS DE LA FE
Esta fe es proclamada por las más antiguas profesiones de fe, como el Símbolo Apostólico: "Creo en Dios Creador del cielo y de la tierra"; y el Símbolo Niceno-Constatinopolitano: "Creo en Dios Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible"; y el proclamado por el Papa Pablo VI en el Credo del Pueblo de Dios; "Creemos en un solo Dios Creador de las cosas visibles, como el mundo en que transcurre nuestra vida pasajera, de las cosas invisibles como los espíritus puros que reciben el nombre de ángeles y Creador en cada hombre de su alma espiritual e inmortal. El Apóstol Pablo en el Areópago de Atenas dijo a los oyentes que se habían reunido allí: "Al pasar y contemplar los objetos de vuestro culto, he hallado un altar en el cual está escrito: Al Dios desconocido. Pues ése que sin conocerle veneráis es el que yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en El, es Señor del cielo y de la tierra" (Hech 17,23). Lo confesamos en el Credo: "Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible". Dice el Salmo 32,4: "Porque El lo dijo y se hicieron las cosas: El lo mandó y existieron". "Alzad a los cielos vuestros ojos y mirad: ¿Quién los creó?...: Dios", leemos en Hebreos 3,4: "Toda casa es fabricada por alguno, pero el Hacedor de todas las cosas es Dios" (Ex 20,11). "Todas las cosas fueron hechas por El" (Rom 11,36): "De El y por El y en El son todas las cosas"
LAS PRUEBAS DE SANTO TOMAS Y EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
Santo Tomás prueba la creación del mundo por Dios con el argumento de las cinco vías por las que se demuestra la existencia de Dios. "Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación (Concilio de Constantinopla). "El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio" (Concilio de Florencia). Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo el Nuevo Testamento: "Uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, un solo el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas" (Concilio de Constantinopla II) (CIC 258).
LA CONSERVACIÓN EN EL SER O CREACIÓN CONTINUADA.
Dios creó el universo hace millones de años. Pero aquel acontecimiento inefable, aquel acto creador que dio origen al universo, y a nuestra propia vida, no es sólo algo del pasado, que no tenga que ver con la existencia actual del universo y de nuestra propia existencia. Precisamente porque Dios creó ex nihilo, porque las criaturas de suyo nada son, no podemos continuar en la existencia si Dios no sigue dándonos el ser, si no sigue manteniéndonos en la existencia. Hay en el núcleo de la criatura una insuficiencia radical; de manera que si la criatura fuese abandonada por Dios, dejaría de ser ipso facto, volvería a ser lo que de suyo fue, nada. La acción creadora se requiere no sólo al comenzar a existir, sino también para mantener en la existencia y para aumentar la perfección. El carpintero hace una mesa y la mesa sigue existiendo, aunque pase a otras manos. Una vez hecha, la mesa no necesita para nada del carpintero. Dios ha hecho todo de la nada, y si abandonara su obra, el universo volvería a caer en la nada. Al ser la "nada" como el "material" de que Dios hace las cosas, sin Dios nos quedamos en la nada. En la creación la criatura es totalmente pasiva. Si nos ponemos delante el espejo, nuestra imagen se refleja. Pero sólo está allí mientras estamos delante del espejo. Si desaparecemos desaparece la imagen del espejo. Porque la imagen no está hecha del espejo ni ha sido hecha por el espejo. El espejo no pone nada, sólo recibe, es totalmente pasivo. Si Dios "se fuera" del universo, el universo desaparecería. Dios crea un mundo ordenado y bueno de la nada y El, que trasciende toda la creación, está también presente en ella.
"Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza".
DIOS CREA PARA PARTICIPAR SU PERFECCION Y SU BONDAD.
Dice Santo Tomás: "Todo agente obra por un fin. El primer agente no puede obrar para adquirir algún fin, sino para comunicar su perfección y bondad, lo contrario que todas las criaturas que, cuando obran, intentan conseguir su perfección, que consiste en una semejanza de la perfección y bondad de Dios". Santa Teresa nos invitará a alabar al Señor, porque "Quiere este gran Dios de Israel ser alabado en sus criaturas". Dice el Papa Juan Pablo II: "La catequesis sobre la Creación reviste una importancia capital. Se refiere a los fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: explicita la respuesta de la fe cristiana a la pregunta básica que todos los hombres de todos los tiempos se han formulado: ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Cuál es nuestro origen? ¿Cuál es nuestro fin? ¿De dónde viene y a dónde va todo lo que existe? (Ib 282). Dios impuso límites que es preciso respetar (Sal 92,3; Jb 38,8; 40,15).Viene luego el vasto y variado reino animal, que vive y se mueve en las aguas, en la tierra y en los cielos (Dn 3,80). El último actor de la creación que entra en escena es el hombre. En primer lugar, la mirada se extiende a todos los «hijos del hombre» (82); después, la atención se concentra en Israel, el pueblo de Dios (83); a continuación, vienen los que están consagrados plenamente a Dios, no sólo como sacerdotes (84) sino también como testigos de fe, de justicia y de verdad. Los «siervos del Señor», las «almas y espíritus justos», los «santos y humildes de corazón» y, entre estos, sobresalen los tres jóvenes, Ananías, Azarías y Misael, portavoces de todas las criaturas en una alabanza universal y perenne (85-88). Constantemente han resonado los tres verbos de la glorificación divina, como en una letanía: «bendecid», «alabad» y «exaltad» al Señor. Esta es el alma auténtica de la oración y del canto: celebrar al Señor sin cesar, con la alegría de formar parte de un coro que comprende a todas las criaturas.
EL CANTO DE LOS TRES JOVENES EN EL HORNO
Al cantar este cántico, el creyente cristiano es invitado a contemplar el mundo de la primera creación, intuyendo en él el perfil de la segunda, inaugurada con la muerte y la resurrección del Señor Jesús. Y esta contemplación lleva a todos a entrar, casi bailando de alegría, en la única Iglesia de Cristo. "De la misma manera que quien mira al mundo sensible deduce por medio de las cosas visibles la belleza invisible, así quien mira a este nuevo mundo de la creación eclesial ve en él a Aquel que se ha hecho todo en todos llevando la mente, por medio de las cosas comprensibles por nuestra naturaleza racional, hacia lo que supera la comprensión humana" (Langerbeck). Los seres humanos, debemos unir a este concierto de alabanza nuestra voz alegre y confiada, acompañada por una vida coherente y fiel. Sidrac, Misac y Abdénago, en hebreo, Ananías, Azarías y Misael, liberados por el ángel del Señor de las llamas voraces del horno encendido, alimentadas con petróleo, pez, estopa y leña, cantaban al unísono. Leemos en el libro de Daniel: "Entonces, aquellos tres jóvenes, como si no tuviesen los tres sino una sola boca, alababan y glorificaban y bendecían a Dios en medio del horno, diciendo:
"Bendito seas tú, ¡oh Señor Dios de nuestros padres!, y digno eres de loor, y de gloria, y de ser ensalzado para siempre; bendito sea tu santo y glorioso Nombre, y digno de ser alabado y sobremanera ensalzado en todos los siglos. Bendito eres tú en el templo santo de tu gloria, y sobre todo, loor y toda gloria por todos los siglos de los siglos. Bendito eres tú en el trono de tu reino, y todo loor y toda gloria por todos los siglos. Bendito eres tú que con tu vista penetras los abismos, y estás sentado sobre querubines, y eres digno de loor, y de ser ensalzado por todos los siglos. Bendito eres tú en el firmamento del cielo, y digno de loor, y de gloria por todos los siglos. Obras todas del Señor, bendecid al Señor, y loadle y ensalzadle sobre todas las cosas por todos los siglos. Ángeles del Señor, bendecid al Señor: loadle y ensalzadle sobre todas las cosas por todos los siglos. Cielos, bendecid al Señor, alabadle y ensalzadle sobre todas las cosas por todos los siglos. Aguas todas que estáis sobre los cielos, bendecid al Señor, alabadle y ensalzadle por todos los siglos. Virtudes todas, o milicias celestiales, bendecid vosotras al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Sol y luna, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Estrellas del cielo, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Lluvias todas y rocíos, bendecid al Señor, alabadle y ensalzadle por todos los siglos. Espíritus o vientos de Dios, bendecid todos vosotros al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Fuego y calor, bendecid vosotros al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Frío y calor, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Rocíos y escarchas, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Hielos y fríos, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Heladas y nieves, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Noches y días, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Luz y tinieblas, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Relámpagos y nubes, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Bendiga al Señor la tierra, alábele y ensálcele sobre todas las cosas por todos los siglos. Montes y collados, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Plantas todas que nacéis en la tierra, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Fuentes, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Mares y ríos, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Ballenas y peces todos, que giráis por las aguas, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Aves todas del cielo, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Bestias todas y ganados, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. ¡Oh hijos de los hombres!, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Bendiga Israel al Señor, alábele y ensálcele por todos los siglos. Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Siervos del Señor, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Espíritus y almas de los justos, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Santos y humildes de corazón, bendecid al Señor, alabadle y ensalzadle por todos los siglos. Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor, loadle y ensalzadle por todos los siglos. Porque él nos ha salvado del sepulcro, y librado de las manos de la muerte, y nos ha sacado de en medio de las ardientes llamas, y libertado del fuego del horno. Tributad las gracias al Señor, porque es tan bueno, y por ser eterna su misericordia. Vosotros todos, los que dais culto al Señor, bendecid al Dios de los dioses, loadle y tributadle gracias, porque su misericordia permanece por todos los siglos" (Dan 3,49).
La escena de los tres jóvenes en el horno de Babilonia es una de las páginas del Antiguo Testamento que más ha usado la Iglesia desde los tiempos primitivos, como lo prueba ya la antigua iconografía de las catacumbas.
EL CANTICO DE LA CREACIÓN
El Papa Juan Pablo II, ha dedicado una catequesis a glosar el cántico de los tres jóvenes que, dice, hace desfilar ante nuestros ojos una especie de procesión cósmica, que parte del cielo poblado de ángeles, donde brillan también el sol, la luna y las estrellas. Desde allí Dios derrama sobre la tierra el don de las aguas que están sobre los cielos, es decir, la lluvia y el rocío. Pero he aquí que soplan los vientos, estallan los rayos e irrumpen las estaciones con el calor y el frío, con el ardor del verano, pero también con la escarcha, el hielo y la nieve. El poeta incluye también en el canto de alabanza al Creador el ritmo del tiempo, el día y la noche, la luz y las tinieblas. Por último, la mirada se detiene también en la tierra, partiendo de las cimas de los montes, realidades que parecen unir el cielo y la tierra. Entonces se unen a la alabanza a Dios las criaturas vegetales que germinan en la tierra, las fuentes, que dan vida y frescura, los mares y ríos, con sus aguas abundantes y misteriosas. En efecto, el cantor evoca también «los monstruos marinos» junto a los cetáceos, como signo del caos acuático primordial al que Dios impuso límites que es preciso respetar. Viene luego el vasto y variado reino animal, que vive y se mueve en las aguas, en la tierra y en los cielos (Dn 3,80). El último actor de la creación que entra en escena es el hombre. En primer lugar, la mirada se extiende a todos los «hijos del hombre»; después, la atención se concentra en Israel, el pueblo de Dios; a continuación, vienen los que están consagrados plenamente a Dios, no sólo como sacerdotes sino también como testigos de fe, de justicia y de verdad. Son los «siervos del Señor», las «almas y espíritus justos», los «santos y humildes de corazón» y, entre estos, sobresalen los tres jóvenes, Ananías, Azarías y Misael, portavoces de todas las criaturas en una alabanza universal y perenne. Constantemente han resonado los tres verbos de la glorificación divina, como en una letanía: «bendecid», «alabad» y «exaltad» al Señor. Esta es el alma auténtica de la oración y del canto: celebrar al Señor sin cesar, con la alegría de formar parte de un coro que comprende a todas las criaturas.
LOS PADRES DE LA IGLESIA
Algunos santos Padres de la Iglesia como Orígenes, Hipólito, Basilio de Cesarea y Ambrosio de Milán, comentaron el relato de los seis días de la creación, precisamente en relación con el cántico de los tres jóvenes. San Ambrosio, refiriéndose al cuarto día de la creación, imagina que la tierra habla y, discurriendo sobre el sol, encuentra unidas a todas las criaturas en la alabanza a Dios: «En verdad, es bueno el sol, porque sirve, ayuda a mi fecundidad y alimenta mis frutos. Me ha sido dado para mi bien y sufre como yo la fatiga. Gime conmigo, para que llegue la adopción de los hijos y la redención del género humano, a fin de que también nosotros seamos liberados de la esclavitud. A mi lado, conmigo alaba al Creador, conmigo canta un himno al Señor, nuestro Dios. Donde el sol bendice, allí bendice la tierra, bendicen los árboles frutales, bendicen los animales, bendicen conmigo las aves» (I sei giorni della creazione, SAEMO, I, Milán-Roma). Nadie está excluido de la bendición del Señor, ni siquiera los monstruos marinos (Dn 3,79).
"Quien mira al mundo sensible deduce por medio de las cosas visibles la belleza invisible, así quien mira a este nuevo mundo de la creación eclesial ve en él a Aquel que se ha hecho todo en todos llevando la mente, por medio de las cosas comprensibles por nuestra naturaleza racional, hacia lo que supera la comprensión humana" (Langerbeck). Al cantar este cántico, el creyente cristiano es invitado a contemplar el mundo de la primera creación, intuyendo en él el perfil de la segunda, inaugurada con la muerte y la resurrección del Señor Jesús. Y esta contemplación lleva a todos a entrar, casi bailando de alegría, en la única Iglesia de Cristo.
EL ORDEN EN LA CREACION
Leemos en el Génesis: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra era un caos informe" (Gén 1,1). Dios es un Dios de orden. Él lo creo todo ordenadamente. El hombre debe mantener, por lo menos el orden original, en lo ecológico y, sobre todo, en lo viviente. Y debe poner los medios para que el orden impuesto por el Creador, prospere según los avances de la ciencia, para que el Creador encuentre la colaboración que, no sólo conserve el gran regalo que nos ha hecho con la maravilla de la creación, sino que pueda hacer prosperar las obras de nuestras manos por nuestro trabajo y orden respetuoso y reverente. Los hombres formamos parte de la gigantesca sinfonía de toda la creación que glorifica al Señor, sin manipularla, con mística actitud contemplativa, con el recato tímido de nuestra pobreza y obediencia virginal, como sacerdotes y liturgos de este mundo bello y bendito.
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