En pocos días iniciaremos un nuevo curso escolar que, con los vaivenes acostumbrados, sabemos que comenzará sin tener muy claro cómo terminará. Y no solo por la circunstancia de la pandemia, sino también porque la educación se suele convertir tristemente en una veleta a merced de políticas, ideologías o modas; en definitiva, perspectivas ajenas a lo educativo, que dejan de lado las necesidades reales de los alumnos. Pongamos el caso concreto de la materia de filosofía en bachillerato que, con vocación de mártir, siempre está en la cuerda floja. Su objetivo fundamental es enseñar a los alumnos a pensar por ellos mismos; suscitar en ellos la conciencia de los problemas fundamentales de nuestro mundo presente, pasado y futuro; fomentar la reflexión personal, el diálogo crítico con la cultura y con el que piensa diferente, el análisis de los valores y de la sociedad en la que vivimos para poder formarse opinión y criterio. En un mundo plagado de relativismo, de información, de fake news, de mensajes superficiales y centrado en la apariencia, ¿acaso no es la filosofía necesaria? ¿En qué se fundamentan aquellos que, antes o después, plantean desterrarla de las aulas? En la educación secundaria y preuniversitaria es fundamental asentar las bases académicas pero, ¿no es la filosofía fundamental hoy.
Y si, inexplicablemente, existen detractores de la filosofía en las aulas, la batalla se radicaliza aún más cuando hablamos de la enseñanza religiosa escolar. Aún hoy sigue habiendo desconocimiento y prejuicios infundados sobre el objetivo de esta asignatura en las aulas. Una clase de religión no es una catequesis, ni una homilía. La presencia de la enseñanza religiosa en la escuela responde a la importancia del desarrollo pleno e integral de la personalidad de los alumnos. La necesidad de sentido del ser humano es una evidencia a la que la escuela, necesariamente, debe dar respuesta. La religión explica la historia, el arte y la sociedad europea; desconocerla supone dejar huérfanos a los alumnos de un conocimiento fundamental. La educación de la dimensión religiosa es parte fundamental para la maduración de la persona. Esta capacidad básica de la persona adquiere su auténtico cumplimiento cuando se descubre el sentido de la vida. La enseñanza de la religión católica en los centros escolares ayuda a los estudiantes a ensanchar los espacios de la racionalidad y adoptar una actitud de apertura al sentido religioso de la vida, sea cual sea su manifestación concreta.
Sin prejuicios infundados
Y no olvidemos que en las programaciones de enseñanza religiosa escolar se presenta el hecho religioso en general y los elementos fundamentales de las principales religiones que, a lo largo de la historia, han guiado la vida de los hombres. Es innegable que la religión ha sido y es una constante en el desarrollo de la humanidad. Por ello resulta importante conocer sus fundamentos para hablar con criterio y no con prejuicios infundados.
En cualquier caso, sigue siendo necesario un replanteamiento pedagógico de la enseñanza de la filosofía y de la religión. Se ha avanzado mucho y los docentes de ambas materias han sabido situarse y plantear las temáticas a los alumnos de una forma significativa y atrayente. Para ello, es fundamental dar respuesta a sus interrogantes ofreciendo el basto panorama de respuestas y perspectiva que, desde la filosofía y desde la religión se pueden ofrecer. Eso será lo que, verdaderamente, les ofrezca herramientas útiles para sus vidas, recursos para dar razón de lo que ven, sienten o creen, aprender a pensar por ellos mismos con fundamentos, no con meras opiniones. Por todo ello, y por mucho más, no podemos acabar con la filosofía y la religión en las aulas.
Antonio Carrón, OAR
Fraile agustino recoleto de Madrid. Doctor en Filosofía.
Fuente: vidanuevadigital.com
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