El libro del salesiano José Luis Moral, profesor de Teología Práctica de la Universidad Pontificia Salesiana de Roma, es una trabajada aportación al problema clave de la pastoral juvenil: la restauración de la comunicación entre la Iglesia y los jóvenes, rota en la práctica o, en el mejor de los casos, “pobrísima”, como afirma el autor. Su aportación, fruto de un esforzado trabajo multidisciplinar –Filosofía, Teología sobre todo, Pedagogía y, en mucho menor grado, “Sociología de la juventud”– ofrece a los lectores un valioso modelo para “repensar la pastoral juvenil” en el contexto actual de la religión.
El punto de partida es un doble principio estructural: en primer lugar, los interrogantes de que se vale Kant para su lúcida reflexión sobre el ser del hombre: “¿Qué puedo conocer?”, “¿Qué debo hacer?” y “¿Qué me cabe esperar?”; en segundo lugar, y ya en el terreno de la praxis educativa, los tres pilares de la educación que cita Delors: Aprender a conocer, Aprender a ser y convivir y Aprender a hacer.
La primera parte (“Aprender a conocer: reconstruir la comunicación”) analiza el pluralismo y la secularización como claves para interpretar el universo simbólico moderno y, por tanto, la actual situación cultural en la que está inmersa la juventud. El pluralismo y la secularización como “signo de los tiempos” y riqueza universal “que poseemos entre todos”, apartándose así muy acertadamente del enfoque habitual, de sesgo negativo, que los ve solo como obstáculos a la religión. (Echo en falta, eso sí, la aportación de Luckmann y de Berger, que figuran con pleno derecho entre los mejores intérpretes de estos fenómenos, así como la ausencia de los estudios anglosajones al elaborar los temas del pluralismo y la secularización).
Moral precave contra la tentación de presentar a los jóvenes el proyecto laico, el “mundo”, como la epidemia, y el proyecto religioso como la curación. Porque las jóvenes generaciones sintonizan mejor con el proyecto laico, por sentirlo más cercano al estado de conciencia actual, que con el proyecto religioso, tan cargado de embarazosas disonancias.
En la segunda parte (“Aprender a Ser y Convivir”), el autor une esos dos pilares del Informe Delors con la última pregunta de la lógica kantiana –“¿Qué me cabe esperar?”– y con la pregunta-recapitulación –“¿Qué es el hombre?”–. Sus tres capítulos estudian una identidad humano-cristiana capaz de conciliar la fe con el estado de conciencia del hombre contemporáneo. La clave de esa identidad es la praxis como “lugar teológico” originario de la pastoral juvenil, cuyos criterios-guía, tanto de la interpretación de la situación como del proyecto y programación de la acción, son el anuncio de la salvación, la humanización como objetivo de las nuevas generaciones.
La tercera parte (“Aprender a hacer”), desde una fusión de la evangelización con la educación y del don de la salvación con la búsqueda de sentido, se ocupa del proyecto y de la programación educativa de la praxis cristiana con jóvenes, esbozando la estructura del proyecto, del método y de los itinerarios educativos. El objetivo último del proyecto es la construcción de auténticos –valiosa aportación esta del profesor Moral– ciudadanos y cristianos jóvenes. Ciudadanos en la Iglesia, para afrontar la vida con el espíritu de Jesús, y cristianos en el mundo, acogiendo la salvación de Dios en la búsqueda de sentido y en la lucha por la justicia.
Jóvenes, Religión e Iglesia es un libro complejo y profundo que obliga a pensar. Deliberadamente, no ofrece recetas ni fácil pastoral juvenil de manual. Este es su indiscutible mérito y, al mismo tiempo, la fuente de la posible decepción de algunos lectores, invitados quizás por el título a imaginar un estudio sobre los problemas de la juventud actual en la Iglesia.
(Vida Nueva, n. 2759)JUAN MARÍA GÓNZALEZ-ANLEO
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