«La clase de Religión aporta a la sociedad buenos ciudadanos»

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Diez años después, se vuelve a estudiar la situación de la Religión en la Escuela. Es la tercera ocasión, tras las de 1998 y 2010, en la que se realiza esta investigación, que la Fundación SM presentó el 4 de noviembre. Su autor, Carlos Esteban Garcés, director del Observatorio sobre la Religión en la Escuela, repasa con ECCLESIA algunas de las principales novedades que presenta esta asignatura una década después del anterior estudio. Entre los resultados, algunos positivos, como el recuerdo agradecido de sus antiguos alumnos; otros no tanto, como la percepción de las familias sobre la libertad de elegir centro para sus hijos. El Informe 2020 Panorama de la Religión en la Escuela se publica cuando la educación vuelve a centrar buena parte del debate social: a nivel internacional con el Pacto Educativo Global propuesto por el Papa Francisco, y a nivel nacional con la propuesta de cambio legislativo. La asginatura de Religión es parte de ese debate y este informe quiere cumplir el mismo objetivo que sus dos predecesores: desproblematizar una asignatura que no representa ningún problema para sus protagonistas.

—¿Cuáles son los principales cambios entre la percepción de la asignatura de Religión hace 10 años, en el anterior informe, y ahora?
—En 2010 ya aparecía una imagen bastante positiva por parte de los protagonistas, profesores y alumnos de Religión. Diez años después, se confirma que aquella imagen mejora, por ejemplo, en la valoración de los alumnos hacia los profesores de Religión. También en lo que los profesores valoran como las aportaciones de la clase de Religión. Y en las familias, la satisfacción baja algún punto, del 77% que estaba en 2010, y es el 73% el que está satisfecho ahora. Hay que explicarlo, porque en 2010 había una nota muy positiva, 10 puntos más que en 1998, por tanto, del 1998 a 2010 ha subido del 68% al 77%, y ahora ha bajado tres puntos… No se puede considerar un descenso, pero se interrumpe la mejora. La razón fundamental de hacer los informes de 2010 y de 2020 está en que, en los medios y en el imaginario social, parece que los profesores son problemáticos, las familias están enfadadas y los alumnos acuden por obligación. Percibíamos un estereotipo negativo asociado a aquella asignatura obligatoria en la dictadura. La impresión que tenemos, tras el estudio, es que la clase de Religión va razonablemente bien. Nos encontramos con la paradoja de que algo que marcha bien al mirarlo de cerca, quienes lo ven de lejos creen que está mal. El estudio trata de mejorar esa percepción en algunos ámbitos socioculturales, sociopolíticos y medios de comunicación.

—Haciendo balance de los datos del informe, valoran la asignatura con, al menos, un notable. ¿Qué les ha llevado a otorgar esta calificación?
—La satisfacción generalizada con la clase de Religión de profesores, familias y antiguos alumnos roza entre el 70% y el 80%. De ahí que concluyamos que el funcionamiento de la clase de Religión se traduce en un notable. En estos tiempos de pluralidad, son porcentajes que realmente se acercarían más al sobresaliente que al aprobado.

—¿Qué futuro y cuáles son los principales retos que tiene la asignatura de Religión?
—Primero, fortalecer la visión y legitimidad pedagógica, porque hasta ahora parecía que dependía de los acuerdos Iglesia-Estado, de un privilegio pactado. El futuro es que la clase de Religión forma parte de la escuela y, sin ella, la educación no puede ser completa.

—¿Qué aporta la asignatura de Religión dentro del currículum escolar para la formación de la persona?
—Aporta tres aprendizajes esenciales. Los que tienen que ver con la cultura, para interpretar todo el patrimonio cultural que ha surgido de la experiencia y creencia religiosas. Hay que entender qué vemos y por qué surgió en arte, literatura y costumbres. Otros son los aprendizajes sociales y tienen que ver con los valores que nos permiten aprender a vivir juntos, a respetar la diversidad de culturas y complementar lo diferente: valores cívicos bien conocidos. Y hay un tercer territorio no tan social ni cultural: los aprendizajes de sentido. Esto afecta un poco a las creencias e ideales, y ahí la Religión propone ese viaje al interior de la persona que, sabemos, no está vacío, sino habitado por un Dios que conocemos. Es una aportación muy exclusiva, porque es cierto que los aprendizajes culturales pueden ser compartidos con otras asignaturas. Y no se queda solo ahí; bajamos las escaleras para encontrarnos con quien nos habita, conversamos y salimos al exterior para hacernos responsables del cuidado de la humanidad y de la naturaleza, que serían las dos últimas encíclicas, Laudato si’ y Fratelli tutti.

—¿Qué papel puede jugar la enseñanza de Religión en el Pacto Educativo Global al que nos invita el Papa Francisco?
—Ayudarnos a salir de nuestra autorreferencialidad, como lo ha hecho toda la Iglesia en este pontificado, y a darle la vuelta a los temas intraeclesiales de siempre. Una clase de Religión en salida y que dialogue con las nuevas tendencias del ámbito educativo, y que coinciden con lo que la clase de Religión aporta dentro de la escuela. El informe PISA, la UNESCO o la Agenda 2030 son ejemplos.

—¿Se han acelerado esas tendencias en los últimos meses?
—Es un nuevo humanismo que no cotizaba en un mundo desarrollado y vertiginosamente económico en el que estábamos. La pandemia ha puesto de manifiesto esta vulnerabilidad global, que nos afecta a todos, y pone de manifiesto que el humanismo es más necesario de lo que pensábamos, porque complementa lo que la economía y el sufrimiento no pueden aportar.

—Uno de los datos que más cambia es la sensación que tienen las familias de libertad a la hora de elegir la educación para sus hijos, que baja del 81% al 65%. ¿A qué lo achaca?
—A mi juicio, el dato es altamente preocupante. Parecía que habíamos consolidado la libertad de las familias para elegir el tipo de centro, y que en democracia y en un estado de derecho ya era un tema solucionado. Estos datos evidencian que no es tan así. Por otra parte, crece la competencia del Estado en decidir en qué educar a sus ciudadanos que parecen sus hijos. Habíamos conseguido lo que hemos dado por hecho, y quizá lo estamos descuidando y hay que hacer pedagogía social que vuelva a poner la libertad de educación y derecho de familias a elegir el tipo de educación en primer lugar.

—Una vez más, hay un proyecto de Ley de Educación en trámite sin pacto social. ¿Cuál es su punto de vista? ¿Y, en concreto, respecto al trato que se le da a la enseñanza de Religión en la escuela?
—En estos momentos no sabemos cómo quedará la enseñanza de Religión en la nueva Ley, pero hay un diálogo con la Conferencia Episcopal, que ha hecho una propuesta. Lo que la Ley plantea ahora es clase en cumplimiento de los acuerdos Iglesia-Estado, y lo que se propone es que haya enseñanza de Religión por la aportación de su saber a la formación integral. Es un salto significativo y positivo, pero no es seguro que la Ley lo vaya a aprobar. La propuesta de la CEE tiene una audacia y es que si la tendencia de la educación va en esas áreas globales e interdisciplinares, a lo mejor tiene futuro no sola, sino incorporada en esos nuevos ámbitos de valores.

—¿Por qué la enseñanza de Religión es problemática en sectores sociales, políticos o culturales y, quizá, hasta eclesiales?
—Creo que porque no se conoce el planteamiento pedagógico de la Religión en la escuela. Se asocia al catecismo de otro tiempo, y automáticamente hay sectores, quizá progresistas que no quieren reproducir el modelo de otro tiempo y desconocen el planteamiento pedagógico actual, que califican la clase con los estereotipos de manipulación, privilegio, adoctrinamiento… No obedecen a la realidad y son rechazados abiertamente por familias, profesores y alumnos.

—¿Qué podemos hacer para que no siga siendo así?
—Yo creo que el informe es una de las cosas que podíamos hacer, dando la palabra a los protagonistas. Que hablen de la clase de Religión quienes la protagonizan y no tanto en despachos de políticos o de minorías cognitivas, que quieren proponer, y es legítimo en una sociedad plural, una ideología sin Dios ni religión.

—En el informe se destaca la buena valoración de los profesores de Religión por parte de los alumnos. ¿Qué tienen de especial?
—Es una magnífica conclusión del informe. Sorprendentemente, son los profesores mejor valorados. En algún momento preguntamos materia por materia, y están por delante de todos los demás. ¿Qué significa? Que están educando todas estas dimensiones que alumnos y familias saben importantes para la vida, y otras materias no están atendiendo: esa formación humana, emocional, en valores, esas respuestas al sentido de la vida, esa propuesta de tolerancia, y de conocer otras culturas. No solo lo decimos con la boca, sino que lo perciben en la forma de dar clase de los propios profesores, que respetan a otros, a todos los alumnos. El maestro no solo es maestro, sino testigo de una forma de dar al mundo que humaniza. Esto ocurre más en públicos que en concertados, seguramente porque en estos últimos también se ocupa de ello todo el proyecto educativo, mientras que en los públicos es posible que los alumnos estén más a la intemperie.

—Siete de cada diez profesores de Religión encuestados creen que, incluso dentro de algunos ambientes eclesiales, no se diferencia la catequesis de la enseñanza escolar de Religión. ¿Cómo interpreta ese dato? ¿Puede tener que ver con que, según el informe, solo el 41,8% afirma que la Iglesia valora suficientemente su labor?
—Son datos que revelan áreas de mejora en la gestión de la clase de Religión por parte de la Iglesia. No es tanto confusión de clase de Religión con catequesis, como de la escuela con de la parroquia. Hay que respetar la autonomía de la enseñanza escolar de Religión, cuyo objetivo es la humanización; ahí también se encuentra la dimensión evangelizadora, que no es un objetivo final pero sí un medio.

—Por primera vez han incluido la visión de los antiguos alumnos de Religión, que es bastante positiva. ¿Qué conclusiones extrae de esos datos?
—Nadie había investigado el impacto de la clase Religión en las actuales generaciones, que la cursaron hace veinte, cuarenta o cincuenta años. Nos permite descubrir una tendencia; que vuelve a confirmar la buena percepción y buen recuerdo del profesorado y de la clase de Religión. Seguramente, este aspecto sea de lo más positivo que revela el informe. Tres de cada cuatro reconocen que les influyó en ser mejores personas y más tolerantes, y que les hizo más sensibles a las personas que sufren, un dato muy bonito desde el punto de vista evangélico. Esto, más que de notable, es de sobresaliente, imaginemos que un 75% de los clientes recomiendan el servicio para otros. Con estos datos, volvemos a impugnar que la clase de Religión sea un problema o un privilegio. Al contrario, es un bien común que aporta a la sociedad buenos ciudadanos, buenos profesionales, y personas felices.

—Hay grandes diferencias entre el porcentaje de alumnos y familias que escogen Religión según unas comunidades autónomas y otras. ¿Qué cree que influye en ello?
—Es curioso, pero es así. Es la diversidad cultural y religiosa que tenemos en la España de nuestro tiempo. En algunas hablamos que en el 80% y en otras, pues evidentemente estos porcentajes se desploman. ¿A qué obedece? A la secularización, y seguramente a un impacto de estas ideologías contrarias en lo religioso, no solo en la escuela, sino en todo. También es una realidad lamentable que, en Cataluña y País Vasco, hay centros públicos que no ofrecen la asignatura y deberían. Pero también son autonomías con alto porcentaje de escuela concertada religiosa, y con ello la demanda social para la formación cristiana de las familias queda respondida.

Fuente: revistaecclesia.com

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