El Congreso de los Diputados vota este jueves 19 de noviembre la que, si no hay sorpresas, parece destinada a convertirse en la octava ley educativa de la democracia: La LOMLOE (Ley Orgánica de Modificación de Ley Orgánica de Educación), más conocida como ley Celaá. El delegado de Enseñanza de la diócesis de Zamora, Juan Carlos López, ha profundizado para ECCLESIA sobre esta ley que «se obstina en mantener una propuesta vertical y excluyente en vez de reunir a las diferentes sensibilidades en torno a un proyecto común».
Recientemente se ha presentado un informe auspiciado por la Fundación Santa María y dirigido por el Observatorio de la Religión en la Escuela que deja en muy buen lugar a esta asignatura y a sus profesores. La conclusión se extrae de un amplio estudio en el que se le da la palabra a todos los intervinientes en el proceso de enseñanza-aprendizaje, particularmente a alumnos y familias.
Si los resultados objetivos son tan aparentes como este estudio concluye, si más de tres millones de alumnos en referéndum anual suscriben su fidelidad a esta asignatura, si es compartido por todos que las más de las veces el profesor de Religión es un referente en el claustro y en la vida de sus alumnos, si en Europa la enseñanza de Religión en la escuela vive tiempos de asentada normalización… la ciudadanía no podrá salir de su asombro ante el descarado pulso que el Ejecutivo mantiene contra esta disciplina escolar.
La asignatura de Religión, marginada en la escuela
Siendo más que legítima la intención de la ministra de mejorar el sistema educativo, es absolutamente inaceptable que Isabel Celaá siga marginando la enseñanza de la Religión en la escuela. A su juicio, los aportes de esta disciplina se alejan de los ejes transversales de su proyecto, es decir de su apuesta por los derechos de la infancia, de la coeducación, de la educación digital, del aprendizaje competencial y de la educación para el desarrollo sostenible. Nada más ajeno a la realidad. Cualquier profesor, alumno o familia mínimamente informados convendría que esos ejes transversales están perfectamente integrados en el día a día de la enseñanza religiosa escolar. Aun así, la ministra se obstina en mantener una propuesta vertical y excluyente en vez de reunir a las diferentes sensibilidades en torno a un proyecto común.
A la nula voluntad política para ajustar de una vez por todas el espacio de la enseñanza de Religión en la escuela, se le suma la nefasta operativa ministerial en la aprobación de la Ley. Y es que la ausencia de reflexión ante el cambio de paradigma generado por la pandemia (la LOMLOE se construyó en un contexto pre-covid, absolutamente distinto al que hoy nos enfrentamos), las prisas por la tramitación de la Ley, la negativa al debate de las enmiendas con la comunidad educativa, el silenciamiento de la sociedad civil, las facturas políticas en términos lingüísticos o los silencios institucionales son solo algunos de los detalles que apuntan a que esta Ley nace con fecha de caducidad por la carencia de consenso social y político.
Como días atrás dijera el secretario general de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, ha llegado el momento de acoger la llamada del Papa Francisco a un Pacto Educativo Global. También en lo relativo a la enseñanza religiosa escolar en España. Desde una invitación sincera al pacto, los obispos han sugerido la creación de un espacio educativo que de manera integral reconozca todas las identidades y aborde debidamente los valores morales y el hecho religioso. Una enseñanza de la Religión en esa clave atendería al pluralismo religioso y cultural propios de las sociedades democráticas, cultivando el respeto entre las diferentes tradiciones religiosas (así como también las no religiosas) y preservando el íntimo derecho de las familias a elegir la vía confesional propia de cada cual.
Los que hemos consagrado nuestra vida personal, profesional y eclesial a la enseñanza de Religión en la escuela vemos en la propuesta episcopal la posibilidad de perfilar, por fin, una asignatura libre de vaivenes políticos, plenamente integrada en el aparataje escolar y alejada de los prejuicios de quienes, desde la ignorancia o el partidismo, buscan el arrinconamiento y consiguientemente su expulsión del marco escolar.
Promover el encuentro y el diálogo
Desde este mismo momento, soñamos con una asignatura que ayude a nuestros alumnos a conocer mejor su identidad personal, asumiendo que la apariencia no es lo que mejor les define y promoviendo la importancia de todo aquello que resuene en su corazón y venga de lo más hondo de la persona. Soñamos con una asignatura que pueda cultivar en nuestros alumnos su capacidad de admiración ante todo lo que les rodea, valorando el silencio de espíritu como extraordinaria habilidad para la toma de decisiones y la contemplación transcendente de la existencia. Soñamos con una asignatura que se integre en el ritmo de la construcción de una sociedad democrática, que postule los valores cívicos y el respeto a las diferentes tradiciones, promoviendo el encuentro y el diálogo como espacios privilegiados para el crecimiento de las personas y de los pueblos. Soñamos con una asignatura que pueda mostrar en profundidad la aportación del evangelio a la cultura y a la formación de nuestra identidad como individuos y como pueblo. Soñamos con una asignatura que explique el hondo significado de la fraternidad, que nace de la convicción de compartir un mismo Padre, encontrar en el Hijo el camino, la verdad y la vida y sentir la presencia constante del Espíritu. Soñamos con una asignatura que promueva decididamente una mirada ecológica integral, crítica y comprometida especialmente con la población más vulnerable y con la Casa Común.
#ReliEsMás
Este sueño es el que se expresa en el movimiento #ReliEsMas que, junto a una veintena de organizaciones educativas, ha constituido la Plataforma Más Plurales para pedirle a la ministra que respete siempre la libertad de las familias para educar a sus hijos. Entre otras actuaciones la plataforma ha promovido una recogida de firmas que, a la fecha en la que se escribe este artículo, supera ya con creces el millón de adhesiones. No puede admitirse por tanto una ruptura tan sangrante del consenso social y de la paz educativa. Alguien tiene que poner sensatez en todo esto. Alguien tiene que buscar soluciones a medio y largo plazo. Estamos aún a tiempo. El Ministerio puede y debe escuchar la voz de todos. Un país como el nuestro no puede permitirse el lujo de activar la octava ley educativa con cientos de miles de familias en su contra. Solo se precisa diálogo político para aparcar intereses partidistas y consensuar un modelo de educación integral, respetuoso con la persona, con los más desfavorecidos, con el planeta y abierto a la transcendencia.
Incorporar la enseñanza de las religiones en el sistema educativo con dignidad no nos devuelve a las cavernas, más bien nos dispone a construir una escuela moderna, de todos y para todos. Cualquier decisión que minimice o arrincone el valor académico de la enseñanza religiosa escolar condenaría a esta Ley a su judicialización, concediendo a la señora Celaá el dudoso honor de ocupar un puesto de privilegio en la ya numerosa lista de estrepitosos fracasos en la política educativa de este país.
Fuente: www.revistaecclesia.com
Comentarios