Un famoso filósofo británico sostenía en una frase célebre que “el hombre es un lobo para el hombre”. Pero en otra frase menos conocida decía que “la ley primera y fundamental es buscar la paz”. Parece que nosotros los seres humanos nos movemos continuamente entre estas dos orillas, entre la guerra y la paz.
Deseamos la paz pero por nuestra naturaleza pecaminosa y nuestra voluntad débil nos comportamos muchas veces como ya sabía el salmista: “No hay un sensato, no hay quien busca a Dios, todos se desviaron, no hay quien obre el bien, ligeros sus pies para derramar sangre, el camino de la paz no lo conocieron” (cf. Sal 14)
Pero los cristianos debemos ser signos de paz y misioneros del amor de Dios. Tenemos la obligación moral de “promover un humanismo integral y solidario que pueda animar un nuevo orden social” (cf. Compendio DSI, n.19 y GS 30).
La asignatura de Religión en la escuela contribuye sin duda mucho a este ideal de humanización y de relaciones pacíficas y justas, siempre necesarias, sobre todo en un mundo globalizado y a la vez tan profundamente dividido, con tantas personas víctimas de guerras y otras miserias. Desafortunadamente la clase de religión es casi el único espacio donde los alumnos/as pueden reflexionar sobre los grandes valores e ideales, sobre el sentido de su vida, sobre Dios y el hombre como un ser religioso. En muchas otras asignaturas no se habla nunca de estos temas tan importantes y -en silencio- aceptan la idea de que la enseñanza prepara a los alumnos para que interioricen la idea de que deben triunfar en una sociedad marcada por los criterios de la “ideología del éxito” ( cf. Heleno Saña).
Pero obtener éxito y prestigio social en realidad no nos sirve si este mismo éxito y prestigio social no están al servicio del bien común. ¿La línea pedagógica principal en la escuela y en la familia no debería estar enfocada en salir de los esquemas competitivos que conducen a una visión sobre el mundo de “vencedores-perdedores”, de “amigos-enemigos”? No hay que ser gran analista para ver el caos, el indiferentismo y la desorientación moral de tantas y tantas personas porque en su vida no se les ha ofrecido una estructura moral ni una educación en valores. Nos urge de verdad como cristianos contribuir a que se refunde la educación, en la familia y en la escuela, en clave de una nueva imagen del hombre subrayando la dignidad de la persona humana como imagen de Dios. Una de las consecuencias más importantes del don de la fe es ser educadores para la paz. De esta manera el hombre no será un lobo para el hombre sino una persona de paz que se preocupa por el bienestar del otro, de su prójimo, desde el amor y la compasión. Y se renovará la faz de la tierra.
Fuente: diocesispalencia.org