Religión y política (opinión Diario de león)

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Nunca he escrito sobre religión, campo que no es el mío; ni siquiera he estudiado en un colegio religioso, si acaso en la enseñanza primaria de aquellos años, en el colegio de los Maristas gratuito de El Ejido (otro de pago —el colegio San José— estaba en la avenida Padre Isla). Pero en esta ocasión al leer el título del artículo de este Diario: «No me matricules en religión», ha saltado desde mi conciencia un signo de rebelión por las mentiras que se vierten en el artículo. Me atrevo a dar contestación a las simplezas demagógicas que firman un conjunto de ciudadanos que por sus firmas son de signo comunista y, qué cosas, un firmante de Comisiones Obreras que, desde su fundación, tiene algún gen de aquella Hoac (Hermandades Obreras de Acción Católica).

Para empezar, aprovechando la libertad de expresión —y de opinión— que se les brinda en Diario de León, inician en su título un ataque a la libertad de elección de enseñanza. Es decir, les dicen a los padres qué es lo que tienen que hacer con los hijos, les trazan la línea de sus enseñanzas. Es clara la tendencia de inmiscuirse en la vida de la familia. Seguro que tienen presente las palabras de Carlos Marx cuando se quejaba: «Pero decís que abolimos los vínculos familiares más íntimos, suplantando la educación familiar por la social». Eso es lo que quiere la tal plataforma por una enseñanza pública y laica. Dejar las enseñanzas tradicionales con desarraigo de la religión —la tradición— para implantar una educación de ideología, claro, díganlo con claridad, comunista. Al dejar a la juventud al socaire de una sola ideología, sin otras enseñanzas, se tienen unos cerebros vírgenes para partir de cero, para olvidar las tradiciones —la religión, entre ellas— y poder hincar el germen de una ideología. Entiendo que no se puede dejar la enseñanza de la juventud para que parta de cero, obviando las enseñanzas y los valores de toda una civilización porque, quiérase o no, estamos en el entorno de la civilización cristiana, con sus luces y sus sombras, pero es nuestra al fin y al cabo. Tengo que echar mano, como casi siempre, de una generación de intelectuales del 98, tal Ganivet, cuando decía: «España tiene, acaso, caminos abiertos para emprender rumbos diferentes de los que le señala su historia: pero un rompimiento con el pasado será una violencia de las leyes naturales, un cobarde abandono de nuestros deberes, un sacrificio de los real por lo imaginario» (Idearium I, 286). Es decir, que el desconocimiento de nuestra historia como hombre religioso, es entorpecer la cultura.

Es muy difícil comprender la trayectoria cultural de Occidente sin la enseñanza de la Religión. Hay que explicar la construcción del gótico de las catedrales desde lo trascendente. Cómo explicar el poema de Unamuno Al Cristo de Velázquez, sin darle un sentido religioso. O escuchar el Ave María de Schubert o el Requiem de Mozart, sin sentir el influjo de la religión. Se perderían las más bellas historias del Antiguo Testamento, como las peripecias del José en Egipto. Para qué seguir.

Centrémonos en la norma. Nuestra Constitución, en su artículo 16, «garantiza la libertad ideológica, religiosa…» y añade que «ninguna religión tendrá carácter estatal», pero advierte a los poderes públicos (en ellos se incluyen Ayuntamientos, Diputaciones, al propio Estado) que «tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española». Que se sepa —a pesar de plataformas, observatorios, mareas, y demás conmilitones— el 80 por ciento de la población española se declara católica, de tal suerte que, sigue diciendo la Constitución, existirá una cooperación con la Iglesia Católica. Por ello, conminar a los padres, como hace el tirulo del artículo, a que no matriculen a sus hijos en la asignatura de religión, se está, por lo menos, coartando la libertad de elección, además de entorpecer la misión de los poderes públicos.

Estos colectivos que tanto blanden la bandera republicana, han de saber que la Constitución de 1931 en su artículo 27 decía: «La libertad (…) de practicar libremente cualquier religión quedan garantizadas en territorio español». Luego no fue así, pues, como es sabido, se quemaron iglesias y se asesinaros numerosos creyentes y religiosos. Por si acaso, yo me acojo, ahora al mismo artículo 27 de aquella, que protegía en estos términos «la condición religiosa no constituirá circunstancia modificativa de la personalidad civil ni política». Lo digo por si se me insulta o se me amenaza con «arder como en el 36».

No se puede en un artículo periodístico —por razones obvias— desmenuzar las veleidades pseudocientíficas del comunicado —sobre la vida y la ciencia, sobre la fe y las dimensiones, etc.— pero si me ha llamado la atención que se tilde a la religión de entrar en contradicción con los derechos humanos. Seguro que no se han leído el artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, a saber: «Toda persona tiene derecho a (…) la libertad de manifestar su religión, o su creencia individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia». De tal forma que quienes incitan a ir en contra de la religión están conculcando —a la vista está— los más elementales derechos de la persona o Derechos Humanos. No es de extrañar, que tales ideólogos pretendan rehuir de las personas —con sus creencias y valores— pues seguro que están de acuerdo con la doctrina marxista de que la conciencia del hombre la determina el ser social (Stalin, citando a Marx). Así desligando al hombre de la religión como valor, se consigue acercarlo a la idea colectivista del comunismo. De momento no pueden engañar.

ISIDORO ÁLVAREZ SACRISTÁN DE LA REAL ACADEMIA DE JURISPRUDENCIA Y LEGISLACIÓN

Fuente: diariodeleon.es

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